La Transición política en España, por Fernando Paz.

Adjunto a continuación el "transcript", puntuado y formateado con Inteligencia Artificial, de una conferencia dada por el gran historiador español Fernando Paz (enlace a su X.com) en el canal de Youtube (muy recomendable) de Luz de Trento. El video entero de la conferencia está añadido al final del texto extraído. Espero lo disfruten.

La Transición Política, por Fernando Paz.

Hoy toca hablar de la demolición de ese régimen: la transición, un periodo, como he dicho, presidido por la mentira, la deslealtad y la traición. Un periodo que supuso la desarticulación de un régimen profundamente católico que había salvado a España después de una guerra muy dura, y que había hecho frente, o había hecho todo lo posible por solucionar, aquellos tres problemas grandes de los que hablaba José Antonio, que eran los que afectaban a España y la estaban destruyendo. El problema del separatismo, el problema de los partidos políticos y de la lucha de clases.

Hoy, estos tres problemas vuelven. Han vuelto. Triunfan las luchas, ya no son de clases, pero sí son de sexos, son del hombre contra el clima, digamos. Estos tres problemas, que en los años 30 ya se denunciaban, desde la llegada y la aprobación de la Constitución del 78, han vuelto a reinar. Hoy queremos desmontar el mito de la transición. Creemos que es un deber, porque es además algo de lo que muy pocos hablan, y cada vez hay que darle más y más voz para desmentir este mito que no fue ejemplar, que no fue pacífico y que no fue, como tanto se repite, de la ley a la ley.

La ilegalidad presidió todo ese proceso. Además, habrán visto en el programa del Congreso que se va a hablar de la triple transición. Hoy, Fernando empezará con la transición política, que es sin duda la más conocida, pero hubo dos transiciones: una previa y otra posterior, como son la transición eclesiástica y la transición castrense. Es decir, no hubo solo cambios de chaqueta, sino también cambios de sotana y de uniforme.

Sin más, les recomiendo tres libros para empezar. El primero, como ya podía ser de otra manera, es de Fernando Paz, el autor de este libro *Despierta*, que empieza el Congreso con la frase: "Despierta, como las élites están controlando el mundo." En segundo lugar, *El precio de las autonomías*, que es un tema que hoy se tocará de refilón. No hay una conferencia concreta sobre ello, pero es una cuestión fundamental. Y en tercer lugar, *Santiago y cierra España*, que trata sobre cómo la transición y el régimen del 68 han destruido España. Los enemigos de España campan a sus anchas. Nosotros queremos imitar al apóstol Santiago, nuestro patrón, y de la mano de Ramiro de Maeztu podrán tener las herramientas necesarias para ello.

Si quieren ayudarnos a cubrir los gastos de salida, pueden dejar algún donativo a lo largo de todo el día.

Bueno, Fernando Paz no necesita presentación, porque es un asiduo. Con un fuerte aplauso, para no quitarle más tiempo, tiene la palabra.

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Vamos a hablar de la transición, como ha expresado Asís, tratando de definir primero qué es la transición y a qué llamamos transición. Bueno, tendríamos que empezar por ahí, y luego por acotar temporalmente, que es otra cosa polémica y dudosa.

Empezamos diciendo que llamamos transición a la traslación a la política de un fenómeno que se había operado con anterioridad en otros terrenos. Porque había habido una transición económica, había habido una transición social y una transición cultural. Nos han contado una historia de la transición, respecto de la cual es la transición la que impulsa unos determinados cambios. Y lo que sucedió fue exactamente lo contrario. Los cambios son previos a la transición. La transición se pudo hacer, se hizo cualquier cosa que sea la transición, pero se hizo precisamente porque se podía hacer, porque había habido unos cambios previos. Y esos cambios prepararon el camino para la posterior, como digo, transición política.

De una forma muy evidente, durante la segunda mitad del franquismo, España ya se había convertido en un país homologable a la mayor parte de los países europeos, y sobre todo los países del sur de Europa. España reunía las mismas características que esos países del sur de Europa, con excepción del sistema político. Había, digamos, un salto entre el desarrollo económico y social, y el desarrollo político, en comparación con lo que estaba pasando en otros países de Europa. De tal manera que la transición podemos decir que es, pues, la adecuación a términos políticos de una transformación que ya había tenido lugar con antelación.

Si tenemos esto en cuenta, podríamos sacar también una conclusión, en fin, tanto debatible, que sería que la transición era inevitable, y que esto es algo que el propio Franco habría suscrito. No por cuanto en más de una ocasión Franco dijo que no era posible el franquismo sin Franco, y que, como dejó dicho en un par de ocasiones, por lo menos, sabía que España iba a terminar, pues, en algo parecido a una democracia al estilo occidental.

Es verdad que no necesariamente tenía que haber terminado como terminó; es decir, en este régimen en concreto. No, que a su vez es una deformación grotesca de lo que se suponía iba a ser una transición política. Una gran parte del franquismo sociológico, no hablo ya de la clase política, apoyó de una forma muy contundente y muy expresa esa transformación, de hecho, votando en diciembre de 1976 la Ley de Reforma Política. Sin el apoyo mayoritario de esa parte del pueblo español que era inequívocamente franquista, no hubiera sido posible ningún tipo de cambio. Por tanto, es evidente que había un acuerdo entre la población y el poder, entre otras cosas porque quien proponía esa transición era el propio franquismo, y eso no se nos puede olvidar nunca.

Si entendemos por transición ese proceso, tendremos que establecer cuáles son sus límites temporales: uno, el límite por abajo, el límite del comienzo cronológico; y otro, el límite por arriba, lo que podemos considerar el final de la transición. Es muy difícil establecer esos límites de comienzo y de final de muchas maneras. Se puede establecer, como se hace en ocasiones, con la designación de Juan Carlos como sucesor de Franco a título de Rey en su comienzo, y se puede considerar el final... Hay quien lo lleva a la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, hay quien lo lleva a la llegada de Felipe González al gobierno en octubre de 1982.

Para los efectos que nos puedan servir, yo creo que podemos establecerlo en dos hechos, y no de forma digamos aleatoria o caprichosa, en dos hechos que tienen fuertes vínculos: como son el asesinato de Carrero y el 23 de febrero. No que tengan sus antecedentes, sin duda, y que tengan sus consecuencias, pero creo que es lo que nos puede marcar esos ocho años, lo que nos puede marcar realmente de qué estamos hablando cuando hablamos de la transición.

Y esos dos hechos, el asesinato de Carrero y el 23 de febrero, están vinculados, no por casualidad, por su condición, solo por su condición violenta, que también; sino que, más allá de esa condición, tienen un vínculo común, como decíamos, y es que el protagonista del asesinato de Carrero y del 23 de febrero es el mismo. Tendremos ocasión de hablar de este asunto porque, al final, es la clave de este proceso.

Bien, los principales hitos de la transición... Vamos a hablar de esto antes de enfocar la parte final, que es acerca del protagonismo precisamente de la transición al que yo me refería hace un momento. El primero, pues, habría que decir que es la elección de Carrero como presidente del gobierno por parte de Franco en junio de 1973.

Recordemos que Carrero era el primer presidente del Gobierno desde que Franco fue elegido en septiembre de 1936 por sus compañeros, en plena guerra. No, Carrero… Bueno, de Carrero, la verdad es que la imagen que hay, podemos decir a un nivel popular, no se corresponde exactamente con lo que Carrero era.

Carrero era monárquico y partidario de Juan Carlos. No era bien visto ni por los falangistas ni por otras familias del régimen, pero mantenía una línea política de defensa de la soberanía nacional y de lealtad a los principios del 18 de julio y a la figura de Franco. Desde luego, eso nadie lo cuestionaba; era visto como un segundo Franco, por decirlo de alguna manera.

Sin embargo, el nombramiento de Carrero tiene relación con la transición, fundamentalmente por lo que hace al hecho de que era la persona que había de tutelar al rey mientras el régimen se mantuviera en pie. Aquí habría que hacer una distinción entre el Carrero que debía tutelar al rey mientras existiera el franquismo y el Carrero posterior a la muerte de Franco. Carrero, inédito, evidentemente, por su asesinato dos años antes, pero que se hubiera visto obligado a desempeñar un papel distinto y diferente, y ya no de tutor de la monarquía. De hecho, pocos dudaban de que, una vez muerto el Caudillo, Juan Carlos se desharía de Carrero.

Este es un asunto importante relacionado con su asesinato. De hecho, el propio Juan Carlos lo expresó así en más de una ocasión, y Carrero era consciente también de que las probabilidades de la evolución política estaban en su contra. No ha faltado quien ha especulado con el hecho de que Carrero, de no haber sido asesinado, hubiera impedido la deriva posterior del franquismo hacia la democracia a través del proceso de transición. Pero yo, sinceramente, creo que esta especulación carece de base. Entre otras cosas, primero porque no era lo que se esperaba de Carrero cuando fue designado, y además porque los militares franquistas eran muy obedientes y no se sublevaron, como luego demostró la historia.

Una de las cosas que aportó Franco en su relación con el ejército, o que ha aportado el franquismo en su relación con el ejército, es que este fue definitivamente domado durante el franquismo. En los primeros años del régimen, eso era particularmente visible, ya que todavía seguía siendo un ejército, podemos decir así, levantisco, llamado a desempeñar una función política, lo cual venía avalado por toda la historia del siglo XIX español: los levantamientos, los pronunciamientos e incluso el de 1923 de Primo de Rivera.

Bueno, el franquismo había, entre comillas, civilizado al ejército. Por decirlo así, lo había integrado a una vida civil que discurría con mucha mayor tranquilidad. Desde luego, hay un ejército antes y después de Franco, y sobre todo, después y antes del 23 de febrero. El asesinato de Carrero sería el segundo hito de la transición. En fin, es un hecho muy controvertido y un episodio en el que siguen habiendo zonas oscuras.

Pero, a estas alturas, en mi opinión, hay una serie de hechos y tenemos que pararnos un poquito aquí, porque creo que es un factor esencial en la transición. Hay una serie de hechos más allá de toda duda en cuanto al asesinato de Carrero. El primer hecho es que los ejecutores materiales, eso es indiscutible, fueron miembros de un comando de ETA. El segundo hecho, que creo que también es indiscutible, es que contaron con la protección activa de altas esferas de la seguridad nacional.

Lo tercero es que la Embajada Americana formaba parte del magnicidio y que, probablemente, este fue decidido o contó, en cualquier caso, con la aprobación de Washington. Lo cuarto es que los impulsores y perpetradores del crimen trataban de dar un giro político a España, fundamentalmente con un objetivo: acelerar sustancialmente el proceso de transición a un sistema democrático, o a lo que llaman un sistema democrático. Y lo quinto es que, a partir del asesinato de Carrero, el régimen se desmoronó.

El tercer punto, el tercer hito de la transición, es el nombramiento de Carlos Arias Navarro, un hecho verdaderamente sorprendente por cuanto era el responsable de la seguridad del almirante. Siendo como era ministro de Gobernación, todo apuntaba a que Carrero, perdón, a que Arias debería salir del gobierno y ser una de estas personas de las que, 25 años después, se hacía un programa por su responsabilidad en este asunto.

Sorprendentemente, Arias es nombrado presidente del gobierno, sucesor, por tanto, del asesinado. Arias gozaba de la protección de elementos en El Pardo y, de algún modo, lograron torcer la voluntad de Franco de nombrar a otra persona, respecto a su propósito originario (Pedro Nieto Antúnez, que era un hombre de la confianza personal de Franco, y que, además, incluso anecdóticamente, era Marino, que era algo que a Franco le atraía enormemente, como el propio Carrero, del que, además, Nieto Antúnez había sido amigo).

El nombramiento de Arias Navarro fue la mejor muestra de que la voluntad de Franco ya no era la de antes. Arias comienza a gobernar en enero y, al principio, era un hombre que no estaba destinado, ni realmente preparado, para esa función. Al principio, tuvo una actitud ambigua ante los acontecimientos; no sabía muy bien cómo obrar y maniobró en el sentido de un cierto aperturismo, lo que se conoció como el "espíritu del 12 de febrero", por un discurso que pronunció en esa fecha del año 74 en las Cortes, en el que anunció que se permitiría la creación de asociaciones dentro del marco del movimiento nacional y algunas otras medidas, como que los alcaldes fueran elegidos y que los altos funcionarios representaran intereses, sobre todo de carácter regional o local.

Un tercio de las Cortes saldría de las elecciones y también se aumentaría el poder de los sindicatos verticales, lo cual era muy significativo en aquel momento, porque los sindicatos estaban muy penetrados por la única oposición real que había, que era la del Partido Comunista, sobre todo a través de Comisiones Obreras.

Mientras eso sucedía, desde el Ministerio de Información, Pío Cabanillas permitía la existencia de medios de comunicación absolutamente contrarios al régimen. Esto es algo sobre lo que se suele pasar por encima, pero se permitió la existencia de publicaciones abiertamente antirregimen y antifranquistas, algunas incluso de confesa orientación socialista. Todos esos pasos adelante, desde el punto de vista de los que querían la transformación democrática, fueron frustrados en gran parte por algunos graves incidentes que tuvieron lugar inmediatamente después, con la Iglesia.

Recordemos aquí que la Iglesia se empezó a mostrar, sobre todo después del Concilio Vaticano II, de una forma más acusada como una especie de enemiga del régimen. La Iglesia había sido salvada, literalmente, por Franco de la aniquilación, había sobrevivido al exterminio y había vivido, sobre todo, los años 40 y 50 como una auténtica edad de plata. Ahora trataba de desmarcarse del régimen y de poner distancia.

Y ahí es cuando se produce la famosa polémica en su tiempo, que atrajo la atención de la sociedad española, con el monseñor Añoveros, de la cual el régimen, la verdad, salió también tocado. Entre otras cosas, porque el régimen era confesionalmente católico y, lógicamente, cuando la Iglesia se desmarca de esa posición, dejaba al régimen sin una base en la que sustentarse.

Además, también por esas fechas se produce la ejecución de Heinz Chez y de Puig Antich, del cual se ha hecho una película recientemente, glosando su heroísmo, cuando en realidad eran dos asesinos: de un policía y de un guardia civil. Esto provocó una serie de protestas internacionales muy fuertes, las cuales estaban promovidas por la izquierda y por significados elementos de carácter masónico. También se sumó a ellas El Vaticano.

En fin, entre abril y julio de ese año, se produce la caída de los regímenes de Portugal y Grecia, lo que acentúa el aislamiento del régimen. Mientras tanto, surge una respuesta a esa situación, que es lo que llamamos, o lo que se dio en llamar, y ha quedado como una expresión para la historia: el Búnker. A partir de un artículo público de José Antonio Girón de Velasco, que se conoció como "El Jonaz", se agruparon una serie de personalidades del régimen fieles al espíritu del 18 de julio. Entre ellos estaban Girón, Blas Piñar, Inest Tacano, Utrera Molina, y otros que tenían entonces verdadera fuerza política.

Hicieron presión para que Franco tomara cartas en el asunto y, sobre todo, para que tomara conciencia del significado de muchas de las cosas que estaban pasando. Franco ya estaba psicológicamente considerablemente aislado y muchas de las cosas que ocurrían, él no era plenamente consciente de ellas; las conocía de un modo muy general. Parece ser que el propio Franco fue quien sugirió a Arias que diera marcha atrás en la intención de abrir el régimen. Por supuesto, esta decisión se debía a razones de convicción personal, pero sobre todo a una cuestión muy concreta que Franco le había verbalizado al propio Juan Carlos: cuando, en una conversación con el futuro monarca, este le sugería que el régimen se fuese abriendo, Franco le dijo que ese era un asunto que tendría que llevar a cabo él.

Si él le ganaba a Juan Carlos esa guerra, ¿cuál sería la legitimidad de la futura monarquía? La futura monarquía se la tenía que ganar por ese camino, no tenía que ganarse de otro modo el derecho a ser monarca. Ese era, con toda seguridad, el propósito último de Franco. Para el verano del 74, parecía que el Búnker le había ganado el pulso al aperturismo, y el propio Arias, en un discurso que tuvo lugar en Barcelona, si no recuerdo mal, en el mes de julio, se retractó de parte de las cosas que había venido diciendo durante todo ese tiempo.

Para colmo, en septiembre se produjo el asesinato en la cafetería Rolando, un crimen que terminó de empujar a Arias a una posición, digamos, de rectificación completa de sus primeras posiciones más aperturistas.

El cuarto punto, el cuarto hito de la transición, es la crisis del Sahara, y este es un punto particularmente importante. Los otros son, en cierto modo, avatares políticos, pero este punto refleja mejor que nada cuál sería la naturaleza última del proceso de transición: la situación terminal del régimen. Porque esa era la situación en ese momento y, además, lógicamente, la aventura del régimen se ligaba a la situación personal de Franco.

Al observar lo que sucedió, desde lo que venía sucediendo en términos de lo que se llamaba el "hecho biológico" (la muerte final de Franco), la muerte de Franco, desde 1973, se agudizó a lo largo de 1974 y, por supuesto, de 1975. Esto llevaba a considerar que el régimen duraría lo que durase Franco. Y eso era algo que estaba en el ánimo de todos: ni con Franco se podrían llevar a cabo renuncias sustanciales del régimen, ni después de Franco se mantendría el régimen, al menos como había sido, desde luego, conocido.

Esa situación, esa vinculación entre la situación de Franco, la situación personal y la suerte del régimen, al estar en su tramo final, despertó la ambición de Hassan II, quien quería anexionarse el Sahara español. Para colmo, comenzaron, entonces, en 1973, pero se hicieron más frecuentes en 1974, los atentados del Frente Polisario, que, con muy escasa visión política, hasta el punto de que hay quien ha hablado de que pudo estar manejado por el propio Marruecos, empezaron a cometer atentados contra España cuando España era el garante del proceso por el cual el Sahara hubiera sido constituido en un estado independiente.

Esos atentados, lógicamente, perjudicaron la propia causa que decían defender. España se había comprometido a convocar un referéndum en el cual se iba a tutelar un proceso de autodeterminación, de acuerdo a Naciones Unidas, para que los saharauis pudieran ser independientes y evitar de esa manera, también, que pasaran a formar parte de Marruecos. No se había empezado, o se había planteado, comenzar un proceso de entrega a las autoridades saharauis, como digo, de la mano de Naciones Unidas. Esto lo quería evitar Marruecos.

Marruecos quería evitar todo lo que fuera una expresión soberana de los saharauis acerca de su futuro, pues sabían que la población, bajo ningún concepto, quería ser marroquí. Marruecos, ni que decir tiene, contaba con la protección de los Estados Unidos, a los que convenía que España saliera del norte de África, tal y como los norteamericanos expresaron en varias ocasiones. De forma, eh, un tanto imprudente, el propio Kissinger al presidente argelino Bumedian, Washington apoyaba a Marruecos y sigue haciéndolo, en primer lugar, por su enemistad con Argelia, por entonces aliado de la Unión Soviética; en segundo lugar, por el ascendente marroquí con el mundo árabe; y en tercero, y no se nos puede olvidar porque sigue siendo un factor importante a día de hoy, por la cooperación que Rabat había prestado a Israel de cara a otros países del mundo árabe: una cooperación secreta pero muy efectiva.

Así que fue de Kissinger de quien partió la idea de la marcha verde, una operación que comienza el 6 de noviembre, de acuerdo también con los sectores pro-marroquíes del gobierno español, específicamente del Ministerio de Exteriores español.

Mientras tanto, aquellos que no formaban parte de ese grupo de presión pro-marroquí dentro del gobierno español consiguieron que el Consejo de Seguridad de la ONU condenara la marcha verde. A partir de ese momento, el Frente Polisario ya se empezó a coordinar con España para impulsar el proceso.

Mientras tanto, había una diplomacia que era la diplomacia de Naciones Unidas, que sostenía que España se había sumado tardíamente, pero finalmente se había sumado. El Polisario, digamos, impulsaba el proceso en un determinado sentido, que era el que he comentado antes: poner el Sáhara en manos de los saharauis.

Mientras tanto, Marruecos desplegaba una diplomacia en paralelo junto a Estados Unidos. Evidentemente, sin Estados Unidos, nada de esto se hubiera podido hacer. Es evidente. Y esa diplomacia paralela tuvo su cara más desagradable y fea cuando desembocó en los Acuerdos de Madrid, firmados en secreto el 14 de noviembre de 1975, mientras Franco agonizaba, a instancias de Juan Carlos, quien ocupaba por entonces, con carácter interino, la jefatura del Estado, ya a la espera del fallecimiento de Franco.

Los Acuerdos de Madrid se caracterizaban por una cosa fundamental: ignorar las resoluciones de la ONU. Hay determinados estados en el planeta Tierra a los que las resoluciones de la ONU no afectan; a otros, hay que imponérselas a sangre y fuego. Porque parece que son la palabra de Dios revelada, pero hay países y estados en nuestro mundo que no se ven afectados por las resoluciones de la ONU.

Los Acuerdos de Madrid ignoraron olímpicamente esas resoluciones y cedieron el Sáhara gratuitamente para el reparto entre Marruecos y Mauritania, pese a que la ONU expresamente les había dado todo derecho. Además, los saharauis, de forma muy simpática, en estos Acuerdos se preveía la participación de los saharauis en el proceso, sí, pero no del pueblo saharaui, sino de la llamada "asamblea de notables" de los saharauis, que estaba convenientemente manejada. Era mucho más fácil de manejar y, sobre todo, porque era una asamblea muy cercana a España.

¿Quién la manejaba a partir de aquel momento? Puesto que se convertía en el jefe del Estado, era Juan Carlos, y Juan Carlos estaba en la traición a los saharauis, entre otras traiciones. Mientras tanto, Juan Carlos se comprometía a que España abandonase el Sáhara para el 28 de febrero del 76, a lo más tardar. A los militares les prometía lo contrario. Así, Juan Carlos inició su brillante reinado con la triple traición a España, al ejército y al Sáhara.

El quinto punto, el quinto hito de la transición, es la Ley de Reforma Política. Como sabemos, para esta época, para finales del 75, la enfermedad de Franco se prolongó, y había veces que parecía que el hombre se moría y no salía de esa, y salía y una vez y otra y otra, ¿no?

Pero ya, muy a finales del mes de octubre y comienzos de noviembre, era seguro que, aunque pudiera durar lo que durase aquel tramo final, iba a ser efectivamente el final. Durante los últimos años del régimen, en particular desde la muerte de Carrero, buena parte de la clase política se había estado recolocando de cara a la nueva situación. Por supuesto, había un grupo y un núcleo de gente que no, pero había una gran parte de lo que era la clase política —lo que podemos llamar la clase política abiertamente, porque son una clase— que se estaba colocando de cara a la nueva situación.

Como digo, al frente de ello se hallaba el que iba a ser el nuevo monarca. El rey tuvo por objetivo primero consolidar su posición; básicamente, eso era lo que le importaba. Para ello, contó con el apoyo de Washington y, como es natural, a cambio de algo; eso no es gratuito. El plan era reformar las instituciones, como se ha dicho, transformando el sistema de la ley, aunque la ley significase esto lo que significase. Pero, en cualquier caso, cuajó en una afortunada fórmula de Torcuato Fernández Miranda, que fue el verdadero piloto de la transición, sobre todo en aquellos primeros tiempos.

En definitiva, de lo que sería luego todo el proceso de transición se trataba, al tiempo que se acometían los cambios necesarios, de dar una apariencia de continuidad al proceso. Así que lo que hizo Juan Carlos fue ratificar a Arias Navarro como presidente del Gobierno en diciembre del 75, sobre todo para no alarmar a los sectores menos aperturistas, digamos, y al ejército. Pero, al mismo tiempo, el 6 de diciembre se llevó a cabo una reforma del Consejo de Ministros, por la que solo siguieron, en teoría, los mismos miembros, aunque en realidad solo continuaron tres de sus componentes, al tiempo que se le añadieron las figuras de Fraga, de Areilza y de Garrigues.

Es importante mencionar que, por entonces, lo que parecía es que Fraga y Areilza iban a ser uno u otro, con toda probabilidad, los presidentes del Gobierno del proceso de transición. En realidad, nada más lejos de la verdad; pero aquellos dos personajes, Fraga y Areilza, lo llegaron a creer. Fraga, durante un tiempo, llegó a estar seguro de ello. El rey no soportaba a Fraga; decía que, primero, por una cuestión generacional que para el rey era muy importante, y luego porque decía que Fraga hablaba más que él. Era un problema para Juan Carlos, y, por tanto, Fraga se lo quitaron de en medio.

Con Areilza pasó algo bastante rocambolesco. Hubo una serie de intrigas, en fin, muy novelescas, que culminaron con la oportuna aparición de unas fotografías en las que Areilza estaba con una señora, al parecer, de muy buen ver. Además, las fotografías eran bastante comprometedoras. En aquella época, cuando pasaban estas cosas, se recibía la reprobación social; no era como ahora, que te daban un programa de televisión. Entonces, Areilza dejó de contar también. La muerte de Franco fue cuando la oposición comenzó verdaderamente a movilizarse.

Se dispararon las huelgas. Ocurrieron los sucesos de marzo del '76 en Vitoria, con muy duros enfrentamientos entre la policía y los huelguistas. Enfrentamientos a los que no fueron ajenos, también, pues eso que se llama el mundo. A Chale, y murieron cinco personas. Fraga estaba por entonces, eh, que era ministro de Gobernación en Alemania, y había ido a Alemania a vender las reformas. Justo le montaron esta historia y, claro, tuvo poco que vender el hombre. Incluso Billy Brand le canceló un encuentro que iban a mantener, Billy Brand, indignado por lo que pasaba en España, porque era un hombre muy sensible.

La violencia continuó durante esos meses, como ha comentado antes. Así se nos ha contado un proceso de transición donde todo era cariño, amor y todas estas cosas, y en absoluto fue así. Estuvo muy presente la violencia durante ese tiempo. Eh, ETA empezaba a repuntar; había cometido atentados, pues ya desde los años 60, eh, con asiduidad desde el '68, aunque hubo algún año que no. Pero, bueno, para esta época empezaba, como digo, ya a cometer crímenes en serie.

Tuvieron lugar los sucesos de Montejurra un par de meses más tarde, donde se enfrentaron las dos ramas del carlismo con armas de fuego. En fin, se produjeron dos muertos y la situación ya se había enrarecido para ese momento. El gobierno parecía verdaderamente superado. Así que, a finales de junio, eh, Torcuato Fernández Miranda, pues, quiso poner fin a la presidencia de Arias Navarro y, en su lugar, se sacó de la manga a un señor que había sido ministro interino de Gobernación y que se llamaba Adolfo Suárez. Este había manejado razonablemente las cosas durante, eh, el tiempo que Fraga estuvo fuera; como decíamos, en Alemania se había ocupado un poco de dar la cara por parte del gobierno con los sucesos de Vitoria.

Eh, había sido ministro secretario general del movimiento en sustitución de Solís y había presentado, en junio, la ley de asociaciones políticas en las Cortes, con lo cual se había ganado, pues, la reputación de ser un aperturista y un poco, bueno, pues de estar ahí en la recámara para ser el hombre del futuro. El Monarca creyó encontrar en él al hombre que buscaba, porque tenía una notable identificación con Adolfo Suárez por razones de aperturismo, por razones generacionales y por la mutua ignorancia enciclopédica que tenían los dos.

Por la recomendación de Fernández Miranda, pues, ante el estupor general, se nombró presidente a Adolfo Suárez. Suárez llevaba tiempo en contacto con la oposición y una de las primeras medidas de su gobierno fue la de la aprobación de una ley de amnistía, una ley de amnistía que no incluía una primera ley de amnistía, porque hubo dos, que no incluía los asesinatos y los delitos de sangre. La reforma, bueno, como sabemos, tuvo que ser aprobada por las Cortes que fueron las últimas Cortes de Franco, el Consejo Nacional del Movimiento, durante el verano y el otoño del '76.

El proyecto, bueno, ni que decir tiene que, aunque lo defendió Suárez, era el proyecto de Fernández Miranda, no, Torcuato. De manera que es un proyecto de ley, y es una ley aprobada por las últimas Cortes franquistas, y fue la última de las leyes fundamentales, la octava ley fundamental del régimen.

Tampoco se nos puede olvidar. Esto es un caso insólito, verdaderamente en el mundo. Si la transición española tiene algo que enseñar al mundo y algo verdaderamente inédito, es que no se conoce otro caso en el cual quienes detentan el poder lo hayan entregado de una forma tan alegre.

Se llegó a denominar, o se llamó, se habló en su época, en su momento, de "harakiri". No, las Cortes se hicieron; es decir, se autodisolvieron de algún modo. Casi, casi se ilegitimaron a sí mismas. Esto no ha pasado nunca en ninguna latitud de nuestro planeta, pero pasó en la España de 1976.

Bueno, la aprobación por las Cortes fue el prólogo a la aprobación en referéndum en diciembre de ese año, donde participó el 78% del censo, que es una participación importante, y fue aprobada por el 94,17%. La gente lo aprobó porque la gente, pues, siempre tiene la costumbre de aplaudir todo lo que venga del poder. Y como del poder vino eso, pues dijeron "Amén", claro. Fue realmente un éxito; fue el último gran éxito del régimen y fue un éxito tan gigantesco para el gobierno que la oposición de izquierda, que estaba en contra del proceso y descalificaba el proceso de reformas con palabras muy gruesas, tuvo que subirse al carro. No le quedó más remedio, porque si no, se quedaban fuera.

La izquierda, de hecho, había pedido la abstención para ilegalizar todo el proceso, pero cuando vieron la altísima participación popular, no les quedó más remedio que decir: "Nosotros también queremos la transición".

Eh, por aquellas fechas, un señor que se llamaba Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, llegaba en una semiclandes, que tuvo más de cachondeo que otra cosa. Llegaba a Madrid y ya era evidente que el proceso estaba en marcha.

El quinto hito es el de las primeras elecciones democráticas en junio del '77. No había habido una amnistía parcial, como decimos, en el año '76, y en junio del '77 se trataba de convocar a todas las fuerzas políticas a que concurrieran, pues libremente, a ver cuál era el respaldo popular que tenían. El proceso, en sí, estaba visto como una integración de la izquierda; tendiéndole una mano a la izquierda para que se sumase a esa transición que había de desembocar en una democracia homologada al estilo europeo, etcétera. Se trataba de que la izquierda apoyase la reforma, y para eso se le dio la amnistía.

La primera amnistía, la verdad, es que no surtió ningún efecto. La izquierda, en lugar de interpretarlo como siempre hace, no; en lugar de interpretarlo como un acto de generosidad, lo interpretó como un acto de debilidad y, con buen criterio, lo que hizo fue presionar al gobierno para que la amnistía no se limitase a los delitos, digamos, de tipo político.

Hay que decir que había muy poca gente encarcelada por delitos de tipo político en 1975. Quiero recordar que había como 300 y pico personas por delitos relativamente políticos; habría que decir, porque en muchos casos eran gente que había dado cobertura a otro tipo de hechos. Pero, en cualquier caso, no pasaba de ahí la cantidad de gente que gemía bajo el yugo opresor del régimen.

Pero digo que la izquierda, en lugar de mostrarse agradecida ante esta primera amnistía del '76, que afectaba a esos delitos políticos, lo que hizo fue interpretar esa generosidad como debilidad, presionando al gobierno para que concediera la amnistía también a los delitos de sangre, es decir, a los terroristas.

Al principio, Suárez se negó, pero después de las elecciones, que tendrían lugar el 15 de junio del 77, terminaría concediéndoles la legalización. Adolfo Suárez quería neutralizar al Partido Comunista, y la cuestión era cómo hacerlo, dado que el Partido Comunista había sido la única verdadera oposición al franquismo; era el verdadero enemigo del régimen, y el ejército seguía siendo, por entonces, el ejército de la Victoria. La mayor parte de la población, además, tenía muy fuertes sentimientos anticomunistas.

Santiago Carrillo había sido un asesino de masas durante la guerra. Aunque las responsabilidades de la guerra ya estaban sustanciadas en 1969, no con la transición como nos cuentan ahora. No fue una ley del 31 de marzo de 1969 la que impedía enjuiciar ningún crimen o hecho cometido durante la guerra. Por si alguien no lo sabe, vivía Franco. Incluso una gran parte de la izquierda, sobre todo, una gran parte de la izquierda, aborrecía al Partido Comunista.

¿Qué había pasado? Pues que, en septiembre del 76, Adolfo Suárez había dado su palabra de honor ante los más altos mandos militares de que nunca legalizaría el Partido Comunista. Era impensable, y más o menos vendió que lo que vendría a España sería una democracia. Había que pensar que, en muchos países democráticos, el Partido Comunista no estaba legalizado; por tanto, no sería exactamente una anomalía. No había más que pensar en el caso de Alemania, que entonces era una referencia permanente.

Aquel compromiso con los militares le valió, pues, el aplauso unánime de estos, en la seguridad de que un presidente de gobierno no incumpliría su palabra de un modo tan flagrante como supondría legalizar el PC después de haber dado su palabra. Ni que decir tiene que le faltó tiempo a Suárez, en apenas 8 meses, para legalizar al PC, es decir, para incumplir su propia palabra. Eso generó una brutal desafección por parte del ejército hacia Suárez, una desafección que, además, hay que enfatizar y subrayar.

Si bien Adolfo Suárez había ganado a pulso, yo no sé, ni entro ni salgo, en si había que legalizar el Partido Comunista o no. Había que ver políticamente lo que hubiera sido más oportuno. En cualquier caso, lo que está claro es que se había dado una palabra, y eso es lo que valía: la palabra de Adolfo Suárez. No podemos olvidar tampoco que Suárez necesitaba al PCE para legitimar el proceso, según creía él, y sobre todo, necesitaba al PCE para dividir a la izquierda, para que el voto de la izquierda no se concentrase en el Partido Socialista.

Esto nos explica también por qué Adolfo Suárez recibió una continua presión, en forma de llamadas telefónicas y en forma de reuniones, con Felipe González, donde este le pedía a Suárez que no legalizara el PC. Las presiones más fuertes para no legalizar el PC vinieron del PSOE. Lo que pedía González era que se legalizara el PC, porque sin duda el Partido Comunista era el que podía avalar que verdaderamente España era una democracia. No su existencia como partido legal, pero el PSOE no tenía ningún problema, siempre y cuando se legalizara después de las elecciones.

De manera que, el 9 de abril del 77, Sábado Santo, cuando todo el mundo estaba de vacaciones y, en fin, los militares no estaban en sus puestos en gran parte, legalizó, en plena Semana Santa, el Partido Comunista.

Era una jugada arriesgada, entre otras cosas, porque mucha gente pensaba que el PC iba a ser el gran beneficiario de toda la situación del postfranquismo. No, luego se vio que no. El vencedor de las elecciones fue la Unión de Centro Democrático, que era una especie de amalgama de grupos; en fin, cada uno de su padre y de su madre, y muchos seguramente que no conocían a su padre. Pero es una coalición de intereses, no pocas veces entre ellos encontrados. O sea, allí en la UCD había absolutamente de todo.

En segundo lugar, quedó el Partido Socialista, y a muy larga distancia quedó el PC, casi casi con los mismos votos que Alianza Popular. No se puede decir de esas elecciones que perdieron los conservadores de la derecha y los conservadores de la izquierda, o los ortodoxos, si se quiere, de la derecha y de la izquierda; y que ganaron los modernizadores de la derecha y de la izquierda. La UCD le sacó un millón de votos al PSOE, y el PSOE le sacó tres veces más votos al Partido Comunista.

Bien, el sexto punto es la amnistía y la Constitución, el sexto hito de la transición. La primera tarea que emprendieron las Cortes fue la elaboración de la amnistía del año 77, que pusiera en la calle a los terroristas que tenían las manos manchadas de sangre. No olvidemos que tanto el comunismo como el socialismo habían aplaudido esos crímenes; los habían celebrado y, en cierta manera, en ese sentido, eran cómplices de ellos. Como por cierto, no es una tesis mía, José Barrionuevo, ministro del Interior del Partido Socialista, como todos recordamos, en sede parlamentaria, en octubre de 1983, reconoció ese vínculo entre la izquierda y los terroristas. Afirmó que la izquierda, como el Partido Socialista, que era al que él se refería, pero no solo evidentemente al PSOE, había aplaudido esos crímenes en lo que tenían de impulsar, según creían ellos, el proceso de democratización del país.

Bueno, la izquierda y los nacionalistas centraron sus exigencias en la concesión de la amnistía por parte del gobierno. Fue la primera propuesta del PCE en las Cortes, el 14 de julio del 77. Recordemos que entonces era un mantra que se gritaba en las calles, que se pintaba en los muros de las ciudades españolas. El gobierno encargó la elaboración de la ley de amnistía a la izquierda, a los grupos de izquierda. El texto de ley fue redactado por Pilar Bravo y Marcelino Camacho del Partido Comunista; por Pablo Castellano y Plácido Fernández Viagas por el PSOE; por Arzayus y Unzueta por el PNV; y por Donato Fuejo por el Partido Socialista Popular, que era un grupo a la izquierda del PSOE. Este grupo luego se integraría en el PSOE, y era el grupo de Tierno Galván. Es decir, que básicamente fueron los comunistas, los socialistas y los nacionalistas los que elaboraron la ley.

Se abstuvo Alianza Popular, pero el gobierno de la UCD sacó adelante la ley, que fue aprobada el 15 de octubre del 77. La izquierda consideró, y así lo verbalizó públicamente, que había conseguido una gran victoria, y verdaderamente lo fue. Cuatro décadas después, la izquierda ha cambiado completamente el discurso y nos cuenta que la ley de amnistía que elaboraron ellos resultó ser una ley de "punto final" para los criminales franquistas.

Esto es lo que nos han vendido en los últimos años: una reescritura de la historia que hubiera envidiado Orwell. Bueno, de esas Cortes del 77, que fueron convocadas no sencillamente como Cortes representativas, sino como Cortes constituyentes, salió la elaboración de la Constitución. En otro de los trucos absolutamente impresentables de Adolfo Suárez, contraviniendo toda costumbre, hay que convocar para elaborar una Constitución unas Cortes constituyentes. Bueno, no se hizo. Pero la Constitución, no olvidemos, que no deja de representar un momento clave, por cuanto desaparecen los últimos restos del poder heredado del franquismo. Esta es una situación que, además, afecta particularmente al monarca, porque el rey se queda sin ningún poder efectivo, y eso tuvo un impacto enorme en las formas de gobierno.

Tengamos en cuenta que Adolfo Suárez es nombrado por el rey y depende, en su origen, de la voluntad del rey. Pero después de las elecciones del 77, donde ya queda ganador, su legitimidad no procede del rey, sino de las elecciones generales, de la voluntad expresada en las urnas. No obstante, hasta 1978, el rey sí le puede deponer; hombre, quedaría feo, pero sí le puede echar. Todavía tiene esa atribución porque, como jefe del Estado, aún mantiene parte de las prerrogativas del régimen anterior. Con la Constitución ya no.

Entonces, lo que se produce entre junio del 77 y diciembre del 78 es que el rey queda reducido a ese papel vaporoso y arbitrario que le concede la Constitución, y que no se sabe muy bien en qué consiste, porque no está concretado en nada. Es un asunto recurrente, por cierto; cada vez que, bueno, con mucha frecuencia, nuestro presidente del gobierno hace alguna de las suyas y la gente dice: "Pero, el rey no puede hacer todas estas cosas". Bueno, pues el papel del rey es que no está recogido verdaderamente en la Constitución más que como el de un mero árbitro, un papel de arbitraje; pero no se dice en qué consiste ni se le conceden atribuciones ninguna.

Hasta este punto hemos llegado, por lo tanto: Suárez ya no depende del rey, y ese no depender del rey, ese no depender más que de la Constitución y de las urnas, es lo que le vuelve un personaje incontrolable, sencillamente incontrolable. De manera que todo esto impulsa un movimiento que culminará en el 23 de febrero.

Bueno, por medio tenemos el invento del estado de las autonomías, que es, en fin, pues yo creo que va a ser uno de los elementos más serios que va a tener que afrontar Suárez en el juicio final. Es el legado más desafortunado de todos los que nos podía haber dejado, y no eran pocos. Porque ya no es que sus ocurrencias tengan, pues, una, digamos, un pozo político real; ya no es la marioneta de Torcuato.

El 2 de febrero culminaría el proceso de la transición, que se tradujo en un autogolpe, un autogolpe que se nos ha vendido, durante mucho tiempo, como, en fin, pues como lo que no fue: un golpe involutivo, un golpe de no se sabe muy bien quién, de la extrema derecha, para volver al franquismo o a un régimen militar. En fin, cuando en realidad fue una cosa absolutamente diferente a todo eso. E insisto en que no tenemos tiempo de pormenorizar, pero se trató, desde luego, de un autogolpe dado por la clase política, por la clase mediática, impulsado por la Zarzuela y que contó con la complicidad de una serie de sectores militares, por cierto, los más cercanos al monarca.

Una vez fracasado, se culpó a quienes menos responsabilidad tenían, y, en lo esencial, las penas impuestas en aquel juicio fueron inversamente proporcionales a la responsabilidad de cada cual en el golpe, como suele suceder en estos casos.

El golpe tenía por finalidad construir un gobierno de concentración en el que el PSOE capitalizara la nueva situación. El PSOE, en aquella época, estaba frustrado por las elecciones de 1979, en las que había fracasado otra vez frente a Suárez, y creía que iba a ganar. Sin embargo, existía una cierta desesperación en el partido porque parecía que nunca iban a llegar y que iban a tardar demasiado en alcanzar La Moncloa. Y el PSOE estaba destinado a –no olvidemos esto– alcanzar La Moncloa.

Toda la clase política con representación parlamentaria participó, desde el PCE hasta Alianza Popular. Cuando digo “toda”, digo eso, pasando por los varones de la UCD y, por supuesto, por el PSOE. Todos estaban en ello, todos, desde la Monarquía hasta los directores de periódicos, todos a la espera de que la operación triunfara. Y cuando fracasó, la clase política, la periodística y la Zarzuela se manifestaron, se apresuraron a ponerse al frente de la manifestación y a presentarse como salvadores de la democracia; una democracia que, para empezar, jamás había estado en peligro.

Pero era necesario escenificar eso para presentarse como sus salvadores. Por supuesto, el gran beneficiario del golpe fue el rey Juan Carlos, que dejó de ser el monarca del 18 de julio para convertirse en el monarca del 23 de febrero. El golpe estaba concebido para otra cosa bien distinta y terminó convirtiéndose en la pila bautismal en la que una farsa coronada lavó el pecado original de su procedencia franquista. Y así, pues, adquirió la nueva legitimidad que le alejaba del franquismo y le convertía en el rey de los demócratas.

Hasta aquí, voy terminando, y hasta aquí el relato de los hitos principales de la transición, muy traídos de la manera más sucinta posible. Pero naturalmente, todo esto es un poco la historia oficial para consumo de la población. Porque el problema es que el relato de la transición básicamente es falso. Es un relato que ha sobrevivido hasta el día de hoy porque constituye el núcleo fundamental de la legitimación del régimen actual. La legitimación del régimen actual, naturalmente, hasta que se condenó el franquismo, porque la condena del franquismo supone una condena que realizó, por cierto, el señorito José María Aznar en 2001: una condena de la propia legitimidad de la jefatura del estado.

Y la jefatura del estado es la que pone en marcha todo el proceso de transición y el proceso democrático. Por tanto, si en el origen de ese proceso hay una ilegitimidad, todo el proceso sería ilegítimo, lo cual no necesariamente es una mala noticia. Conocemos todos que la izquierda se había apropiado de la transición durante mucho tiempo. Cuando hemos dicho que la transición se subió al tren en marcha, y que efectivamente esto ha sido así, esa es una cosa de la que desde los sectores más a la izquierda se ha acusado a toda esta época histórica, con razón.

La transición fue realizada por los franquistas y estuvo protagonizada por un monarca impuesto por Franco, así como por un secretario general del movimiento.

Bien, voy al final para decir que, básicamente, los argumentos que se han manejado son los de un proceso que presenta dos versiones: una de izquierdas y otra de derechas.

En la versión de izquierdas, el pueblo sería el protagonista; el pueblo habría presionado sobre las estructuras para que estas se fueran modificando. En fin, esas legítimas aspiraciones populares tomarían forma, como conocemos.

Y, para otros, para la versión de la derecha, digamos que es el rey. El rey es el gran piloto de la transición y es el que recaba todos los méritos del proceso y de la felicidad que hoy nos embarga. Estoy simplificando, por supuesto; todo esto, en realidad, es meramente superficial. En la realidad, la transición es un proyecto diseñado en sus términos principales desde fuera de España. Fue un proyecto diseñado desde Washington, desde mucho tiempo atrás, y, junto al poder de Washington, tenemos otro protagonista estrechamente vinculado a los norteamericanos: los servicios secretos, nuestro castizo Deep State. Estos son los que diseñaron, los que ejecutaron, nunca mejor dicho, los que corrigieron y los que culminaron todo el proceso.

La transición consistió en el paso del sistema que conocemos como régimen franquista al sistema que conocemos como democrático. Lo que devino en el llamado sistema democrático no era algo determinado por quienes llevaron a cabo los cambios. El sistema implantado entre el 76 y el 78 era un régimen de nuevo cuño, con escasa relación con aquel del que provenía. Hay que preguntarse una cosa, para terminar: ¿cómo es posible que en un lapso de tiempo tan corto, como en el que se produjo, se pasara de un régimen como el franquista a un sistema sostenido sobre tres pilares que eran la monarquía, el socialismo y el nacionalismo? Los tres eran profundamente impopulares en España; o, en cualquier caso, carecían de verdadero calor popular.

Washington estuvo preparando el camino, el camino que habría de recorrer el país para dar lugar a un nuevo sistema una vez fallecido Franco. Desde el punto de vista estadounidense, lo esencial era asegurar la estabilidad del país; no les importaba, en realidad, nada más. Era necesario evitar la presencia de un fuerte Partido Comunista porque no se podía repetir lo de Italia y lo de Francia. Se necesitaba, por tanto, un partido socialista fuerte, un partido socialista vinculado a Washington, vinculado al atlantismo. En ese momento, se veía como objetivo dividir a la izquierda, puesto que se pensaba que el Partido Comunista iba a ser muy poderoso, y que existieran unas fuerzas nacionalistas muy poderosas en Cataluña y en el País Vasco. Esto era algo que los norteamericanos, a través de la Fundación Ford, habían venido desarrollando desde los años 50 en España, sobre todo a partir de 1959.

Naturalmente, la potenciación de las fuerzas nacionalistas tenía, además, la ventaja de que la balcanización de carácter soberanista, e incluso en lo que hacía a la energía nuclear, hacía de ese país, incómodo, como digo, un país tremendamente dócil, y aquello debía aprovechar a Washington. Así que, desde muy temprana fecha, comenzaron a promover a las fuerzas nacionalistas. Bueno, no voy a contar aquí la historia de la relación entre el PNV y la CIA, y el OSS en principio, y luego la CIA y el poder de Washington, pero son perfectamente conocidas. Hubo numerosos nacionalistas vascos que fueron agentes de la CIA, literalmente. No algo parecido: de una forma menos descarada, sucedió con el nacionalismo catalán, donde las relaciones empezaron, como digo, a finales de los años 50.

En esencia, se trataba de imponer una estructura federal tanto a la Europa naciente, es decir, hacia fuera, como hacia dentro. España tenía que convertirse en un país federal. El problema era, entre otras cosas, que el federalismo en España pues tenía muy mala prensa y había que convertirlo en un país federal sin llamarlo federal, que es más o menos lo que se ha producido. Aunque ya sé que el tema del federalismo es complejo y hay quien diría: "bueno, esto no estamos exactamente en un estado federal". Es cierto que no es un estado federal, es algo peor que un estado federal.

Bien, el papel que jugaron los norteamericanos en España no se puede minusvalorar; es un papel fundamental, como digo. Y ese vínculo con los servicios secretos tampoco se debe minusvalorar en modo alguno. No olvidemos que los servicios secretos se habían formado en España a comienzos de los años 70, al calor de los servicios norteamericanos. Es decir, los vínculos eran enormes. Como digo, había que construir el sistema sobre esas tres patas: monarquía, socialismo y nacionalismo. Había que construirlo, dado que la situación era muy complicada, lógicamente violentando la voluntad del pueblo español, porque no tenían ningún calor popular.

La monarquía contó con el respaldo del establishment y con el respaldo de Franco, sencillamente porque Franco lo había mandado, sin más; ese era su aval realmente. El socialismo vino de la mano de los norteamericanos, de los alemanes y del propio régimen en sus últimos tramos.

El PSOE gozó, esta es la constante de toda su historia, de la protección del poder; de una protección activa por parte del Poder y, por supuesto, de Washington, sobre todo a partir del Congreso de Suresnes de 1974. Del dinero alemán, eh. Y se cargaron al PSOE antiguo. No sé cuál de los dos era peor, pero en fin, en cualquier caso, eh, la tarea del PSOE estaba muy claramente delimitada: era conducir a España dentro de las instituciones comunitarias como paso previo o simultáneo a su pertenencia a la OTAN.

España debía olvidar sus pretensiones soberanistas y acomodarse a su posición de sometimiento al conjunto del atlantismo. Como base de esa subordinación, había que eliminar la fortaleza española, destruir su unidad política y, en el proceso, balcanizar territorialmente el país. Además, había que socavar su poderío económico.

A mediados de los años 70, el paro comienza a dispararse, el IPC asciende al 28% a finales de 1978. A partir de ahí, asistimos a un proceso de desmantelamiento sistemático de la industria nacional. El sector secundario pasa de ser el 37% a hoy, que es un poquito más del 13%, lo cual representa una caída verdaderamente vertiginosa. Y esto no se trataba solo de un cambio económico, sino de un cambio social.

Se produce un enorme cambio social, eh, en España, con el desmantelamiento industrial y con el desmantelamiento del campo. Por supuesto, hay más desempleo, más subvenciones y jubilaciones anticipadas, precariedad laboral, más inestabilidad... y al final, todo esto fue una de las razones que permitió un control de los salarios, que se fue traduciendo en una menor capacidad adquisitiva y en, eh, obtener el verdadero objetivo del antifranquismo: acabar con el mayor legado de Franco, que es la clase media. Lo están haciendo a fondo y lo están consiguiendo.

Están teniendo un enorme éxito. No podríamos detenernos en el caso, por ejemplo, asturiano, donde este proceso ha llegado a unos extremos verdaderamente inconcebibles: no con una destrucción literal de la región, una región que ya no solamente está en términos económicos, por supuesto, sino que se ha convertido, pues, en la región que pierde unas 6,000 personas al año; en la región más vieja de España, la tercera región más vieja de Europa; y, en la región en la que se consume más col de toda España. No es una casualidad.

Juan Carlos actuó como correa de transmisión de Washington; ejecutó las políticas que los norteamericanos le demandaban con el exclusivo propósito de afianzar su poder. Esto fue particularmente visible en el caso del Sáhara, pero en absoluto se trata de un hecho aislado, ni muchísimo menos. Decíamos que, si desde la distancia la transición fue dirigida por Washington, que marcaba los objetivos, la forma en la que esto se conseguía era ya una cuestión doméstica. Desde dentro, había un elemento ejecutor de todo esto, que es el mismo elemento que está detrás del asesinato de Carrero y del 23 de febrero.

Aunque rebasa el marco temporal del que hemos hablado hoy, del 11M, esto es lo que conocemos en otros lugares como el "estado profundo", articulado en torno a los servicios de información, y que es el determinante de la orientación política que toma España. Las conveniencias y los tres principales giros políticos de nuestra historia los han protagonizado ellos. A estas alturas, resulta evidente la mano de los servicios en todos estos casos, donde se repite un modus operandi: hay un entorpecimiento de las investigaciones, desaparición de pruebas, creación de pruebas falsas y encubrimientos. También es una evidencia que el beneficiado es siempre el mismo; siempre el mismo.

Hablamos de personas y hablamos de siglas políticas. En todos estos episodios hay algo más que la sospecha; existe la certeza de que detrás de todos ellos ha estado la misma mano que no ha dudado en servirse incluso de organizaciones terroristas contra su propio pueblo. Aquí es donde mejor podemos apreciar el enfrentamiento, la guerra que hay entre las élites y los pueblos; no dudan en matar a su propio pueblo.

Terminamos diciendo que, por resumirlo, el proceso de transición es un proceso que se puede describir como una gran mentira, una gran mentira acompañada de muchas pequeñas mentiras. Una de ellas, en la que no me he podido detener pero que es muy importante, es la idea de la reconciliación. La reconciliación es lo que propició el proceso.

En todo caso, no es al revés: el proceso no crea la reconciliación; la reconciliación se había producido muchísimo antes. Los españoles se habían casado entre sí, habían montado negocios entre sí, habían convivido… Todos tenemos eso, lo conocemos en nuestras familias, aunque nos hayan querido reconstruir la historia a su manera.

No fue la transición la que terminó con la división entre los españoles; la división fue lo que propició, al revés, haber terminado con la división fue lo que propició esa reconciliación. Esa es una de las muchas mentiras que, como digo, no he podido abordar por falta de tiempo. Lógicamente, tengo que terminar ya. Pero lo sustancial es lo que hemos reseñado hace unos momentos: los dos actores principales de la transición están ocultos tras el escenario. Y esto no es conspiranoico, aunque la Sexta lo crea; no, no es conspiranoico.

Y son los dos grandes protagonistas: los Estados Unidos y los servicios secretos, como digo, el "Deep State" español. Ellos levantaron el nuevo régimen sobre esas tres patas: monarquía, socialismo y nacionalismo, con una derecha que quedó reducida al papel de la claque que debe aplaudir la farsa grotesca de esta panda de sinvergüenzas.

El objetivo, al final, era crear un sistema estable desde el punto de vista político, confiados en el asombroso crecimiento económico del país en los años anteriores. Y socialmente, aseguraba su estabilidad económica. Eso debía conducir a la integración en la Unión Europea como paso previo a su entrada en la OTAN. Suárez, por cierto, no quiso entender este asunto y, en buena medida, fue lo que le costó el puesto.

No solo eso, también su encontronazo, su desacuerdo... No todo es malo en nadie; su desacuerdo con los que manejaban desde atrás. España debía olvidar sus pretensiones de convertirse en una especie de Nueva Francia, con su propio armamento atómico y con su propia soberanía. Al contrario, el proceso de integración de España —que era lo que presidía, era el aliento de este proceso— era esencialmente un proceso de cesión de soberanía.

Y nadie podía ejecutar aquello mejor que el PSOE y la monarquía, con independencia de las formas políticas que tomase, que en alguna medida era asunto de los propios españoles. En esencia, la transición fue un proceso de sometimiento de España a los poderes atlantistas. La transición, bajo la capa de la entrega de la soberanía al pueblo, fue en realidad un rapto de toda soberanía a España y a los españoles.

Muchas gracias.

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